“Combatan la
tuberculosis, amigos”. Vísperas de Navidad, un viejo
drogón
vendiendo estampitas de Navidad al norte de la calle Park.
Le
decían el “Cura”. “Combatan la
tuberculosis, amigos”.
Gente apurada, sombras grises en una
pared lejana.
Se hacía tarde y no había de dónde sacar plata.
Dobló en una calle lateral y el viento
del lago lo cortó como cuchillo.
Taxi se detiene ahí adelante, bajo el
poste de luz.
Chico sale con un bolso. Pibe flaco con
ropa de colegio,
cara conocida, se dice a sí mismo el
Cura, que mira desde la entrada
“Me
hace acordar a algo tiempo atrás”. El chico, ahí, con su campera
desabrochada, buscando en el bolsillo del
pantalón la plata para el taxi.
El taxi aceleró y dobló en la esquina. El
chico entró
en un edificio. “Mmm, sí, seguramente” – el
bolso estaba ahí en la entrada
Había perdido de vista al chico. Fue a
buscar las llaves, probablemente,
tengo que moverme rápido. Levantó el bolso
y encaró hacia la esquina
Lo logró. Un vistazo al bolso. No se
parece al que tenía el chico
o al que cualquier chico tendría. El Cura
no podía precisar por qué
el bolso parecía tan viejo. Viejo y
sucio, cuero de mala calidad, pesado.
Mejor veo lo que tiene. Doblo en Lincoln
Park, encontró un
lugar vacío y abrió el bolso. Dos piernas
humanas amputadas que pertenecían a
alguien joven de piel oscura. Pelos
brillantes de pierna negra resplandecían bajo la
débil luz de la calle. Las piernas habían
sido metidas a la fuerza en el bolso y tuvo que poner
su rodilla atrás del bolso para sacarlas.
“Piernas, efectivamente,”
dijo, y caminó apurado con el bolso en la
mano.
Quizás puedo sacar unos dólares. El
comprador olfateó con desconfianza.
“Tiene
como un olor raro”. “Es cuero mexicano”.
“Algún gracioso se olvidó de curarlo”.
El comprador miró el bolso con fría desaprobación.
“Ni siquiera estoy seguro de que esté
muerto, sea lo que sea.
Tres es lo mejor que puedo hacer y me
duele. Pero como es Navidad
y vos sos el Cura…” deslizó tres monedas
por debajo de la mesa sobre la
mano sucia del Cura. El Cura se
desvaneció en la sombra de las calles, sórdido
y furtivo. Tres centavos no compran un
bolso, por lo menos cinco.
Acordate que el viejo rompebolas de Addie
me dijo que no volviera salvo que
le pague los tres centavos que le debo. Sí,
no ganas nada,
se calienta por tres míseros centavos.
El doctor no estaba feliz de verlo.
“¿Y ahora qué QUERÉS? ¡TE LO DIJE!
El Cura apoyó tres monedas sobre la mesa.
El doctor guardó el
la plata en su bolsillo y empezó a
gritar.
“¡Tuve PROBLAMAS! ¡LA GENTE anda dando vueltas!
¡Podría perder mi LICENCIA!” El Cura
sentado ahí, los ojos, viejos y pesados de
años de basura, posados en la cara del
doctor.
“No puedo hacerte una prescripción.” El médico
abrió de golpe el cajón
y deslizó una ampolla a través de la
mesa. “¡Es lo único que tengo en la
OFICINA!”
El doctor se incorporó. “Tomá y ¡RAJÁ!”,
le gritó, histérico.
El Cura ni siquiera se inmutó.
El doctor agregó en un tono más sosegado,
“Después de todo soy un profesional,
y gente como vos no tendría que venir a joderme.”
“¿No tenés más nada? ¿Un mísero cuarto?
¿Podrías fiarme
un cinco…?” “Rajá, turrito, rajá, o llamo
a la policía.”
“Todo bien, doctor, me voy.” Claro que
hacía frío y estaba lejos como para caminar,
la pensión, una calle echa mierda,
habitación en el último piso.
“Estos
escalones,” el Cura tosió ahí, sosteniéndose en la
Baranda. Entró al baño, paneles amarillos
que hacen de pared,
el baño perdiendo, y sacó sus
herramientas de abajo del lavabo.
Envueltas en papel marrón, regresa a su
pieza, a poner cada gota en el gotero
Se arremangó. Entonces escuchó un quejido
que venía de la puerta de al lado,
habitación dieciocho. El pibe mexicano
vive ahí, el Cura se lo había cruzado en
la escalera y vio que el pibe andaba con
abstinencia, pero no dijo nada, porque
no quería ninguna conexión con pendejos,
malas noticias en cualquier idioma.
El Cura había tenido suficientes malas
noticias en toda su vida.
Escuchó, otra vez, el quejido, un quejido
que podía sentir, sin confundir aquel quejido
y lo que significaba. “En una de ésas
tuvo un accidente o algo.
Como sea, no puedo disfrutar de mi
medicina sacerdotal con ese sonido que
atraviesa la pared.” Paredes delgadas,
ustedes entienden. El Cura apoyó el
gotero, pasillo helado, y golpeó la
puerta de la habitación dieciocho.
“¿Quién es?” “El Cura, nene, vivo acá al
lado.”
Podía escuchar a alguien rengueando por
la habitación.
Corrió el cerrojo. El chico parado ahí en
calzoncillos, ojos enlutados en
dolor. Empezó a caerse. El Cura lo ayudó
a acostarse en la cama.
“¿Qué
pasa, flaco?” “Son mis piernas, señor,
las convulsiones, y ahora no tengo
más medicamentos.” El Cura podía ver las
convulsiones, como nudos de madera
ahí sobre las piernas jóvenes, pelos
brillantes de pierna negra.
“Hace
unos años tuve un accidente en una carrera de bicicletas,
ahí empecé con las convulsiones.” Y ahora
volvieron las convulsiones en las piernas,
mezcladas con el interés por esa basura.
El viejo Cura se detuvo, sintiendo el quejido
del chico. Inclinó su cabeza como en un
rezo, volvió a su habitación y agarró su gotero,
“Sólo
es un cuarto, flaco.” “No necesito mucho más, señor.”
El chico estaba dormido cuando el Cura
abandonó la habitación dieciocho.
Regresó a su pieza y se sentó en la cama.
Entonces le pegó como una nieve pesada y
silenciosa. Toda esa gris basura del pasado.
Se sentó ahí, a recibir el pase
inmaculado. Y como él mismo era un Cura,
no era necesario llamar a uno.
"The Priest", they called him
"Fight tuberculosis, folks."
Christmas Eve, an old
junkie selling Christmas seals on North
Park Street.
The "Priest," they called him.
"Fight tuberculosis, folks."
People hurried by, gray shadows on a
distant wall.
It was getting late and no money to
score.
He turned into a side street and the lake
wind hit him like a knife.
Cab stop just ahead under a streetlight.
Boy got out with a suitcase. Thin kid in
prep school clothes,
familiar face, the Priest told himself,
watching from the doorway.
"Remindsme of something a long time
ago." The boy, there, with his overcoat
unbuttoned, reaching into his pants
pocket for the cab fare.
The cab drove away and turned the corner.
The boy went inside
a building. "Hmm, yes, maybe" -
the suitcase was there in the doorway.
The boy nowhere in sight. Gone to get the
keys, most likely,
have to move fast. He picked up the
suitcase and started for the corner.
Made it. Glanced down at the case. It
didn't look like the case the boy had,
or any boy would have. The Priest
couldn't put his finger on what was so
old about the case. Old and dirty, poor
quality leather, and heavy.
Better see what's inside. He turned into
Lincoln Park, found an
empty place and opened the case. Two
severed human legs that belonged to
a young man with dark skin. Shiny black
leg hairs glittered in the
dim streetlight. The legs had been forced
into the case and he had to use
his knee on the back of the case to shove
them out. "Legs, yet,"
he said, and walked quickly away with the
case.
Might bring a few dollars to score. The
buyer sniffed suspiciously.
"Kind of a funny smell about
it." "It's just Mexican leather."
"Well, some joker didn't cure
it."
The buyer looked at the case with cold
disfavor.
"Not even right sure he killed it,
whatever it is.
Three is the best I can do and it hurts.
But since this is Christmas
and you're the Priest..." he slipped
three bills under the table into the
Priest's dirty hand. The Priest faded
into the street shadows, seedy
and furtive. Three cents didn't buy a
bag, nothing less than a nickel.
Say, remember that old Addie croaker told
me not to come back unless
I paid him the three cents I owe him.
Yeah, isn't that a fruit for ya,
blow your stack about three lousy cents.
The doctor was not pleased to see him.
"Now, what do you WANT? I TOLD
you!"
The Priest laid three bills on the table.
The doctor put the
money in his pocket and started to
scream.
"I've had TROUBLES! PEOPLE have been
around!
I may lose my LICENSE!" The Priest
just sat there, eyes, old and heavy with
years of junk, on the doctor's face.
"I can't write you a
prescription." The doctor jerked open a drawer
and slid an ampule across the table.
"That's all I have in the OFFICE!"
The doctor stood up. "Take it and
GET OUT!" he screamed, hysterical.
The Priest's expression did not change.
The doctor added in quieter tones,
"After all, I'm a professional man,
and I shouldn't be bothered by people
like you."
"Is that all you have for me? One
lousy quarter G? Couldn't you lend
me a nickel...?" "Get out, get
out, I'll call the police I tell you."
"All right, doctor, I'm going."
Of course it was cold and far to walk,
rooming house, a shabby street, room on
the top floor.
"These stairs," coughed the
Priest there, pulling himself up along the
bannister. He went into the bathroom,
yellow wall panels,
toilet dripping, and got his works from
under the washbasin.
Wrapped in brown paper, back to his room,
get every drop in the dropper.
He rolled up his sleeve. Then he heard a
groan from next door,
room eighteen. The Mexican kid lived
there, the Priest had passed him on
the stairs and saw the kid was hooked,
but he never spoke, because he
didn't want any juvenile connections, bad
news in any language.
The Priest had had enough bad news in his
life.
He heard the groan again, a groan he
could feel, no mistaking that groan
and what it meant. "Maybe he had an
accident or something.
In any case, I can't enjoy my priestly
medications with that sound coming
through the wall." Thin walls you
understand. The Priest put down his
dropper, cold hall, and knocked on the
door of room eighteen.
"Quien es?" "It's the
Preist, kid, I live next door."
He could hear someone hobbling across the
floor.
A bolt slid. The boy stood there in his
underwear shorts, eyes black with
pain. He started to fall. The Priest
helped him over to the bed.
"What's wrong, son?" "It's
my legs, senor, cramps, and now I am without
medicine." The Priest could see the
cramps, like knots of wood there
in the young legs, dark shiny black leg
hairs.
"A few years ago I damaged myself in
a bicycle race,
it was then that the cramps
started." And now he has the leg cramps back
with compound junk interest. The old
Priest stood there, feeling the boy
groan. He inclined his head as if in
prayer, went back and got his dropper.
"It's just a quarter G, kid."
"I do not require much, senor."
The boy was sleeping when the Priest left
room eighteen.
He went back to his room and sat down on
the bed.
Then it hit him like heavy silent snow.
All the gray junk yesterdays.
He sat there received the immaculate fix.
And since he was himself a priest,
there
was no need to call one.
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